viernes, 11 de enero de 2019
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Grabado de Eko su trabajo aquiò |
La obra más cara, el artista más cotizado, la película más vista y más premiada, el libro más vendido, el museo más visitado, más, más, la competencia del dinero, la pirámide que se levanta con publicidad, la voracidad de un sistema que impone una competencia artificial para ganar con la sumisión de la sociedad.
El sistema ha traducido el más en calidad, si una obra se vendió en una cifra absurda, eso la convierte en obra maestra, y al autor en el máscotizado, ocultando la evidente especulación que hay en una subasta, posicionando obras que en ocasiones son falsas, no importa, en dinero legitima el valor. La publicidad de los premios de cine, que carga de adjetivos cada película, sumando palabras mientras suman la venta de boletos, y el público cree que si está seleccionada o premiada su calidad es incuestionable y la ven con sumisión y les parece excepcional.
Es un aparato ideológico que hace de la competencia, del ganar más, la escalada de una pirámide interminable que no deja de crecer, y que en cada peldaño pone otro con más publicidad, más premios, más virtudes.
El mecanismo es tan elemental que funciona, el consenso implanta el valor, si le gusta a millones entonces tiene las cualidades que los publicistas le atribuyen a esa película o a esa pintura o a lo que sea, aunque los premios estén controlados por los productores y las obras compradas por los subastadores.
El criterio es un enemigo, la libertad de pensamiento un anatema para esta estructura de comercio conductivista, que además es patriotero. El orgullo nacional ciega la visión de la realidad, el ranking chantajea con la patria, y es un asunto de Estado.
La competencia anula al individuo, la incitación a conseguir y participar del aura de ser el más, es la esclavitud contemporánea.
Ser una persona con éxito exige alcanzar eso que posee el más. Leer el libro más vendido, aunque sea una basura; ver la serie de televisión más famosa sea predecible y fácil, otorga al consumidor un privilegio que no existe.
La masificada cultura uniforma, el consumidor es el coro que repite la voz del marketing que dicta qué es lo mejor, el consumidor acepta para no tener el problema de enfrentarse a una elección que estigmatice su pensamiento y su posición en la sociedad.
La estrategia de ventas es manipulación que hace sentir a la masa que gana algo, mientras el único que gana es el sistema. La aprobación de la mayoría establece la consagración, las multitudes que van a una exposición para hacerse el selfie, son el argumento irrefutable de que eso es arte, aunque vean un cuarto de espejos y calabazas pintadas con puntos.
Las películas con clichés y millones de dólares en estrategias comerciales son la excelencia en su facilismo, y la masa se forma en la taquilla a ratificar que la publicidad no se equivoca.
Sospechar del más rompe los cimientos de esa pirámide de dinero y manipulación.
Claro, si se trata de ser feliz y no incomodar, adelante, para el marketing todos los seguidores suman dinero.